domingo, 1 de septiembre de 2013

Uno de Septiembre.

Un septiembre más. Un septiembre más para decir adiós a un verano que siempre empiezo a degustar cuando a penas quedan migajas de lo que podría haber sido. Los rayos de sol se van y entonces, sólo entonces los echo de menos. Atrás quedan los días en los que deseaba adelantar el reloj, recuperar la rutina y mis costumbres que consiguen situarme en una franja de seguridad tan peligrosa como adictiva. Y como cada septiembre comienzo el ritual: esa cita con el armario en la que, además de ordenar la ropa pienso en la vida. Sí, en la vida. Porque a veces la cotidianidad no es más que una metáfora de cosas demasiado abstractas que nosotros mismos no sabemos materializar, pero ahí está la realidad para enseñarnos que un jersey no es tan diferente a una persona. Sí, sí, habéis leído bien. Ya sé que los jerseys ni sienten ni padecen, pero al fin y al cabo muchas personas tampoco parecen hacerlo. O sí lo hacen, pero no sabemos comprenderlas. Quizás con los jerseys nos pase lo mismo. Lo dicho, que no somos tan diferentes. Empieza un curso nuevo y necesitamos dejar espacio para el futuro, porque nadie aguanta el peso de ir demasiado cargado por la vida. Y entonces seleccionamos qué es aquello de lo que podemos prescindir y de lo que no, no es tan complicado.
Empiezo por el armario de las prendas de abrigo. Y es que tiene sentido empezar por él ahora, cuando aún quedan al menos un par de semanas para empezar a convivir con la lana y el poliéster. Es como si al decir adiós a una chaqueta fuese a doler menos, porque al fin y al cabo hace tiempo que no nos vemos y estoy acostumbrada a su no-presencia. No está impregnada de recuerdos vivos y, por lo tanto, puedo tratar de olvidar que me daba calor, que me sentía a gusto bajo sus tejidos, que me calentaba como nadie. Parece que cuando los recuerdos son seres inertes duelen menos, que son menos reales, y si quisiéramos cerrar la puerta, sin duda sería el momento de hacerlo. Decidme vosotros a mi quién se despide de sus ojos justo después de verlos, ¿quién? pero... bueno, yo estaba hablando de ropa. Volvamos mejor a las chaquetas.
Empiezo la selección y descarto sin titubear algunas prendas: las que ya no se llevan, las que ya no me gustan y las que nunca me gustaron pero las adquirí porque estaban en esas secciones que parecen merecer la pena, pero en realidad no. Vuelvo a colocar en la estantería aquellas que me enamoraron a primera vista y siguieron haciéndolo cada día más, al encajar perfectamente en mis pechos y encontrar en mis faldas la mejor compañía con la que quedarse a vivir. Y ahí, en el suelo, se queda ese montón de prendas que si la indiferencia existiera podrían perfectamente llamarse así. Los suéteres que prometían mucho, esos que me gustan pero nunca encuentro el momento de utilizar. Y pienso en guardarlos todos, o en no guardar ninguno, o mejor aún en encontrar un término medio y quedarme con unos pocos pero... ¿con qué pocos? ¿Qué criterio de selección utilizar para elegir entre una masa homogénea, tratando de no dejar de lado la justicia? ¿Cómo saber si decir "adiós" o "quédate"? ¿Por qué no los tiro todos si sé perfectamente que podrías vivir sin ellos? ¿Podrían vivir ellos sin mi? ¿Importan a caso los sentimientos de algo que, para mi, es materia inerte? Importa. Porque sino, no estaría aquí. No estaría aquí mirando este jersey como quien mira a algo a lo que ha cogido cariño sin saber muy bien por qué, sin motivo aparente ni razón lógica. Como a quien le duele tirar una prenda que nunca utiliza pero joder, qué bien hace estando ahí en el armario ocupando un sitio que podría ocupar otra cosa. Entre tanta divagación he conseguido inconscientemente llenar la bolsa de basura hasta que sólo queda uno, este, el primero. El que llevo mirando desde que tenía ante mi una masa homogénea de la que por casualidad, destino, azar o alguna palabra que aún nadie ha inventado cogí justo este, el que ahora tengo entre mis manos. Guardo el jersey. Cojo el teléfono. "-¿Cómo estás?" Ya encontraré una excusa para utilizarlo cuando llegue el invierno.

4 comentarios:

  1. Me encanta la entrada y el doble sentido que hay detrás de toda ella.
    En cuanto la ropa.... bueno, no sé si haré limpieza o no, porque me da muchísima pereza y no tardo mucho. Yo más bien tengo un problema de emociones cuando tengo que hacer limpieza de hojas, cuadernos, apuntes y demás.
    ¿Sabes? Creo que me voy a enamorar de este nuevo proyecto.

    ResponderEliminar
  2. Buenísimo este texto, me ha encantado. Nunca había visto el 'cambio de armario' de esta manera, ha sido muy interesante esta nueva perspectiva. Yo soy de las que le da pena tirar cualquier cosa, aunque sepa que no la voy a usar, aunque no me acuerde de que está ahí ocupando un espacio hasta que la veo, siempre pienso en el 'y si la necesito para algo, puede serme útil aunque sea en un disfraz'... En fin, supongo que también soy un poco así con las personas, me cuesta desprenderme de aquellos que han formado parte de mi vida y me lleva un tiempo aceptar que hay que dejar hueco a los que tienen que llegar.

    ResponderEliminar
  3. Me ha encantado la entrada. Creo que todos hemos sentido esa sensación de saber que algo "ya no nos vale", pero no podemos desprendernos de ello, y nos empeñamos en que permanezca en nuestra vida, aunque ocupe un espacio que podría ocupar algo mejor, o peor, quien sabe.
    Me encanta este nuevo blog.

    Un besín!

    ResponderEliminar
  4. Me ha recordado a mi entrada con la balda de los libros. Eso sí, soy más tajante con la ropa que con cualquier otra cosa. Algo que sólo sabe ocupar espacio se llama adorno, y no todos son bonitos.

    ResponderEliminar