lunes, 26 de agosto de 2013

Estoy pensando en lo que dijo Sandra.

Nunca he pensado cómo empezar a escribir un texto, quizás porque para mi la escritura siempre ha sido como otra forma de desangrarme. Me explico. No sé cuándo fue la primera vez que escribí algo más allá de una de esas redacciones de colegio que casi todo el mundo detesta, probablemente fuera incluso antes de que llegaran esas redacciones. Desde pequeña escribía mis pensamientos en diarios, folios, papeles o libretas que, muchas veces, terminaba perdiendo u olvidando en cualquier rincón de mi habitación. No tenían una importancia inmensa y casi nunca releía, pero lo hacía porque necesitaba hacerlo. Escribo porque a veces no entiendo las cosas, porque las palabras me ayudan a ordenarme, porque me resulta más fácil identificar sensaciones que sentimientos. Escribo porque necesito expresarme y algunas veces no encuentro otro modo de hacerlo. Y podría seguir dando una inmensa lista de motivos por los cuales escribo, pero todos ellos se pueden resumir en uno: escribo porque respiro.
Sin embargo, esto casi siempre fue una faceta oculta. Nunca le dije a nadie "Ah, pues a mi me gusta escribir". No sé si por miedo al fracaso, a la vulnerabilidad o al simple hecho de que dejase de ser algo tan personal y tan puro si me decidía a exponerlo en voz alta. En realidad, no sé qué ha cambiado, pero ahora no me importa decirlo: me gusta escribir. Hace algunos años, gracias (o por culpa) de las redes sociales, empecé a "publicar" cosas que yo misma escribía. Y entonces descubrí que había personas, conocidas y desconocidas, a las que les gustaban mis palabras. Personas que decían que les había ayudado, que les encantaba leerme. Personas que se leyeron años enteros de mi vida en tan sólo un fin de semana. Eso siempre me ha hecho temblar un poco, pero en cierto modo se ha convertido en otro de los motivos por los cuales escribo. Siempre lo he pensado y ahora lo digo: el arte cambia el mundo, escribir es un arte, ojalá yo pudiera cambiar el mundo utilizando la escritura como arte. Porque no sé hacer otra cosa, y porque tampoco quiero saber.
Hasta ahora nunca me he esforzado por escribir bien: solo vomito palabras. Supongo que es necesario ese esfuerzo, pero estoy acostumbrada a que algunas cosas se me den bien por defecto y otras sean grandes montañas imposibles de escalar. Sea como sea y aunque no sé muy bien cómo se hace, me gustaría poder esforzarme en esto. Al menos, eso intentaré. Para seguir con mis métodos anteriores utilizaré otros lugares, pero aquí todo ha de estar más cuidado.
Antes de despedirme me gustaría explicar que el título no es algo aleatorio. Volviendo a la época en que empecé a escribir públicamente, he de hacer hincapié en una persona en concreto, en una de mis mejores amigas: Sandra. Recuerdo aquellos años como algo cercano y a la vez lejano. Entonces yo era (incluso más) hermética. Sandra fue una de las primeras personas con la que pude dejar a un lado mi incapacidad de comunicación. En cierto modo, hablar con ella siempre ha sido algo natural. Por otro lado es quien más ha disfrutado leyéndome. Quien me ha pedido que le escribiese historias de amor una y otra vez y ha tenido siempre un elogio en la boca para regalarme el oído. Y lo mejor de todo es que siempre he sabido que jamás me mentiría, ni en eso ni en nada. De algún modo sé que cada vez que trate de escribir algo con algún fin más allá del personal pensaré en ella. Este blog es parcialmente por y para ella.
Y ya está. Que dicen que me extiendo demasiado, y eso en una presentación no debe de ser bueno. Me despediría de manera cordial, pero tratándose de mi es más sincero no decir adiós, ya que al fin y al cabo pienso volver.